“QUITEN ÉSTO DE AQUÍ. NO COVIERTAN EN UN MERCADO LA CASA DE MI PADRE”. Juan 2, 13-22.
Nos vamos acercando al final del año litúrgico actual para comenzar otro con el Adviento o época de preparación para la Natividad de nuestro Señor Jesucristo y Él va camino hacia Jerusalén con ocasión de la Pascua de los judíos y aprovecha esta ocasión para manifestarse en público y para revelar a todos que Él es el Mesías. Pero, llegando al templo encuentra que lo han convertido en un mercado, donde realizan su trabajo diversos tipos de vendedores y cambistas; el encuentro no se realiza con personas que buscan a Dios, sino con comerciantes de lo sagrado, es decir, los que venden por dinero la reconciliación con Dios.
Jesús, como Hijo de Dios, se enoja y ordena que quiten todo de allí y que no conviertan en un mercado la casa de su Padre; toma un látigo, instrumento que simboliza al Mesías castigando los vicios y las prácticas malvadas y expulsa a todos del templo junto con los animales. El templo no es ya el lugar del encuentro con Dios, sino un mercado donde prima la presencia del dinero. El culto se ha convertido en pretexto para el lucro. Al enojarse Jesús con aquellas personas, les está demostrando que ese lugar es santo y que merece el mayor respeto.
La primera reacción al actuar de Jesús viene de parte de los discípulos, quienes recuerdan y lo asocian con el salmo 69,10 donde dice que el celo por la casa de su Padre lo devora. La segunda respuesta viene de parte de los sumos sacerdotes, quienes reaccionan en nombre de los vendedores y le piden una señal que les muestre el por qué para hacer esas cosas y Jesús les da el signo de su muerte; al decirles que destruyan el templo y que Él en tres días lo reedificará se estaba refiriendo a su propio cuerpo, a su muerte y resurrección al tercer día.
Jesús es el templo que asegura la presencia de Dios en el mundo, la presencia de su amor; la muerte en cruz hará de Él el templo único y definitivo de Dios. Por ello, debemos asistir y respetar el templo parroquial, debemos comprender la importancia de sentirnos y ser Iglesia, ya que todos nosotros somos piedras vivas comprometidos en hacer de ella una gran familia basada en el amor de Dios, acogedora y unida mediante la aceptación y donación de los múltiples dones y carismas.
Además, como dice la Palabra, cada uno de nosotros es también templo del Espíritu Santo y cuando pecamos estamos también atentando contra nosotros mismos y nuestra salvación, por ello, debemos preguntarnos si respetamos nuestro propio templo espiritual o si, por el contrario, lo convertimos en lugar de abuso y pecado.
Hermanos, no perdamos el tiempo y dediquémonos a edificarnos, a santificarnos con la oración, la Palabra del Señor, el ayuno, la Eucaristía y, en general con todos los sacramentos, para así transformarnos en capillas vivas del Espíritu Santo; dejémonos moldear por Jesús y configurémonos conforme a su persona y su proyecto de vida en la misericordia y el amor.
Nos vamos acercando al final del año litúrgico actual para comenzar otro con el Adviento o época de preparación para la Natividad de nuestro Señor Jesucristo y Él va camino hacia Jerusalén con ocasión de la Pascua de los judíos y aprovecha esta ocasión para manifestarse en público y para revelar a todos que Él es el Mesías. Pero, llegando al templo encuentra que lo han convertido en un mercado, donde realizan su trabajo diversos tipos de vendedores y cambistas; el encuentro no se realiza con personas que buscan a Dios, sino con comerciantes de lo sagrado, es decir, los que venden por dinero la reconciliación con Dios.
Jesús, como Hijo de Dios, se enoja y ordena que quiten todo de allí y que no conviertan en un mercado la casa de su Padre; toma un látigo, instrumento que simboliza al Mesías castigando los vicios y las prácticas malvadas y expulsa a todos del templo junto con los animales. El templo no es ya el lugar del encuentro con Dios, sino un mercado donde prima la presencia del dinero. El culto se ha convertido en pretexto para el lucro. Al enojarse Jesús con aquellas personas, les está demostrando que ese lugar es santo y que merece el mayor respeto.
La primera reacción al actuar de Jesús viene de parte de los discípulos, quienes recuerdan y lo asocian con el salmo 69,10 donde dice que el celo por la casa de su Padre lo devora. La segunda respuesta viene de parte de los sumos sacerdotes, quienes reaccionan en nombre de los vendedores y le piden una señal que les muestre el por qué para hacer esas cosas y Jesús les da el signo de su muerte; al decirles que destruyan el templo y que Él en tres días lo reedificará se estaba refiriendo a su propio cuerpo, a su muerte y resurrección al tercer día.
Jesús es el templo que asegura la presencia de Dios en el mundo, la presencia de su amor; la muerte en cruz hará de Él el templo único y definitivo de Dios. Por ello, debemos asistir y respetar el templo parroquial, debemos comprender la importancia de sentirnos y ser Iglesia, ya que todos nosotros somos piedras vivas comprometidos en hacer de ella una gran familia basada en el amor de Dios, acogedora y unida mediante la aceptación y donación de los múltiples dones y carismas.
Además, como dice la Palabra, cada uno de nosotros es también templo del Espíritu Santo y cuando pecamos estamos también atentando contra nosotros mismos y nuestra salvación, por ello, debemos preguntarnos si respetamos nuestro propio templo espiritual o si, por el contrario, lo convertimos en lugar de abuso y pecado.
Hermanos, no perdamos el tiempo y dediquémonos a edificarnos, a santificarnos con la oración, la Palabra del Señor, el ayuno, la Eucaristía y, en general con todos los sacramentos, para así transformarnos en capillas vivas del Espíritu Santo; dejémonos moldear por Jesús y configurémonos conforme a su persona y su proyecto de vida en la misericordia y el amor.