LA MULTIPLICACIÓN DE LOS PANES Y LOS PECES. MATEO 14, 13-21.
Las lecturas de este domingo nos recuerdan que el Señor no solo se preocupa por nuestras necesidades espirituales sino también materiales; Él quiere que todos tengamos lo suficiente para saciarnos y nos bendice con su amor, pero nos pide que lo escuchemos y lo sigamos con una actitud positiva de acción y compromiso.
El Señor es generoso y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad, Él está atento a cada uno de nosotros y, como dicen las escrituras, no permitamos que nada ni nadie nos aparte de su amor, para ello necesitamos tener una fe madura, construida con una vida de oración, caridad, sacrificio, santidad y rechazo al pecado.
El evangelista Mateo nos describe en dos relatos el milagro de la multiplicación de los panes y los peces en los capítulos 14 y 15, entre los cuales existen algunas diferencias: En el primero, Jesús hace la invitación al Reino de los Cielos a los suyos, a los judíos, pues, este milagro se realiza dentro de las fronteras de Israel y a orillas del lago de Tiberíades; se tienen sólo cinco panes y dos peces; comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños y al final del pasaje Mateo nos dice que se recogieron 12 canastos de sobrantes. (Simbolizan uno por cada tribu de Israel).
En el segundo relato, Jesús ofrece el pan a los paganos, este texto ubica a Jesús fuera de las fronteras palestinas, en las ciudades paganas de Tiro y Sidón, donde, además, cura a la hija de una mujer cananea. Mateo subraya que se tienen sólo siete panes con algunos pececillos; comieron unos cuatro mil hombres, sin contar mujeres y niños y al finalizar se recogieron 7 canastos de lo sobrante. (Posiblemente simbolizan los diáconos helenistas que fueron elegidos e instituidos para atender a las viudas de origen helenista o pagano en la distribución de los alimentos).
De acuerdo con el Evangelio, la noticia del martirio de Juan el Bautista conmueve profundamente a Jesús y hace que se retire a Galilea, a un lugar tranquilo para estar a solas y orar, pues es ahí donde Dios habla al corazón y lo podemos escuchar mejor. Pero, pronto la gente le busca y, conmovido otra vez, se dedica a sanar a los enfermos y multiplica el pan para saciar a la multitud, como vimos, tanto de creyentes como de paganos.
Podemos ver dos grandes alcances o significados en este milagro, en primer lugar, no se debe ver como un acto de magia de Jesús, sino como un gesto de generosidad y desprendimiento de la gente que ha entendido lo que ha escuchado del Señor y que es capaz de aportar para proporcionar el pan para los demás, porque cuando uno comparte lo que tiene alcanza para todos y sobra.
Con la colaboración humana, Jesús hace el milagro de la multiplicación del alimento; Dios quiere y espera siempre nuestra generosidad; lo mucho o poco que tengamos, ya sea material o espiritual, no es de propiedad privada ante la necesidad de la multitud. Éste es el signo que los cristianos debemos dar para hacer creíble el Evangelio, por el amor que nos tengamos los unos a los otros seremos reconocidos como discípulos de Jesús.
En segundo lugar, este relato evoca la Eucaristía, Jesús se hace pan partido y compartido, nos atrae al Banquete Eucarístico, Él mismo se entrega en comida, en la Palabra y en la Eucaristía, para ser alimento permanente de quienes creemos en Él. Jesús es el signo visible y definitivo que el Padre otorga a la humanidad, pues, tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna.
En cada Eucaristía hay tres comuniones: con la Palabra, con el Pan Vivo y con el hermano, porque en los tres signos está presente el Señor y no podemos participar de la Eucaristía si no comulgamos o compartimos con el hermano. El Papa Francisco nos ha dicho al respecto que “No compartir los propios bienes con los pobres es robarles y quitarles la vida”.
Siguiendo estas líneas, podemos agregar que es muy fácil permitir que la indiferencia y la avaricia hagan de nosotros ladrones de oportunidades o asesinos de sueños; no es malo disfrutar de los bienes materiales que poseemos, lo inconveniente es permitir que ellos endurezcan nuestro corazón y nos hagan ciegos y sordos ante el clamor de los que sufren al lado nuestro, lo peor es que nos consolamos a menudo pensando que es responsabilidad de otros resolver esta situación.
El Reino de Dios consiste en amar, renunciar al pecado y compartir los dones, carismas, frutos y bienes recibidos de Él, por ello es muy significativo el gesto de Jesús y el mandato que da a sus discípulos: Denles ustedes mismos de comer, pues, el discípulo de ayer y de hoy debe comprometerse a colaborar, servir y compartir todo por el Reino; dicho mandato tiene muchas consecuencias en la vida de un cristiano: Saciar el hambre propia y ajena, trabajar por la dignidad de las personas y por la justicia social, invertir el tiempo y poner las cualidades al servicio de los demás. El llamado es para cada uno de nosotros, pequeñas acciones aquí y allá van a hacer posibles grandes transformaciones en la humanidad.
Las lecturas de este domingo nos recuerdan que el Señor no solo se preocupa por nuestras necesidades espirituales sino también materiales; Él quiere que todos tengamos lo suficiente para saciarnos y nos bendice con su amor, pero nos pide que lo escuchemos y lo sigamos con una actitud positiva de acción y compromiso.
El Señor es generoso y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad, Él está atento a cada uno de nosotros y, como dicen las escrituras, no permitamos que nada ni nadie nos aparte de su amor, para ello necesitamos tener una fe madura, construida con una vida de oración, caridad, sacrificio, santidad y rechazo al pecado.
El evangelista Mateo nos describe en dos relatos el milagro de la multiplicación de los panes y los peces en los capítulos 14 y 15, entre los cuales existen algunas diferencias: En el primero, Jesús hace la invitación al Reino de los Cielos a los suyos, a los judíos, pues, este milagro se realiza dentro de las fronteras de Israel y a orillas del lago de Tiberíades; se tienen sólo cinco panes y dos peces; comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños y al final del pasaje Mateo nos dice que se recogieron 12 canastos de sobrantes. (Simbolizan uno por cada tribu de Israel).
En el segundo relato, Jesús ofrece el pan a los paganos, este texto ubica a Jesús fuera de las fronteras palestinas, en las ciudades paganas de Tiro y Sidón, donde, además, cura a la hija de una mujer cananea. Mateo subraya que se tienen sólo siete panes con algunos pececillos; comieron unos cuatro mil hombres, sin contar mujeres y niños y al finalizar se recogieron 7 canastos de lo sobrante. (Posiblemente simbolizan los diáconos helenistas que fueron elegidos e instituidos para atender a las viudas de origen helenista o pagano en la distribución de los alimentos).
De acuerdo con el Evangelio, la noticia del martirio de Juan el Bautista conmueve profundamente a Jesús y hace que se retire a Galilea, a un lugar tranquilo para estar a solas y orar, pues es ahí donde Dios habla al corazón y lo podemos escuchar mejor. Pero, pronto la gente le busca y, conmovido otra vez, se dedica a sanar a los enfermos y multiplica el pan para saciar a la multitud, como vimos, tanto de creyentes como de paganos.
Podemos ver dos grandes alcances o significados en este milagro, en primer lugar, no se debe ver como un acto de magia de Jesús, sino como un gesto de generosidad y desprendimiento de la gente que ha entendido lo que ha escuchado del Señor y que es capaz de aportar para proporcionar el pan para los demás, porque cuando uno comparte lo que tiene alcanza para todos y sobra.
Con la colaboración humana, Jesús hace el milagro de la multiplicación del alimento; Dios quiere y espera siempre nuestra generosidad; lo mucho o poco que tengamos, ya sea material o espiritual, no es de propiedad privada ante la necesidad de la multitud. Éste es el signo que los cristianos debemos dar para hacer creíble el Evangelio, por el amor que nos tengamos los unos a los otros seremos reconocidos como discípulos de Jesús.
En segundo lugar, este relato evoca la Eucaristía, Jesús se hace pan partido y compartido, nos atrae al Banquete Eucarístico, Él mismo se entrega en comida, en la Palabra y en la Eucaristía, para ser alimento permanente de quienes creemos en Él. Jesús es el signo visible y definitivo que el Padre otorga a la humanidad, pues, tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna.
En cada Eucaristía hay tres comuniones: con la Palabra, con el Pan Vivo y con el hermano, porque en los tres signos está presente el Señor y no podemos participar de la Eucaristía si no comulgamos o compartimos con el hermano. El Papa Francisco nos ha dicho al respecto que “No compartir los propios bienes con los pobres es robarles y quitarles la vida”.
Siguiendo estas líneas, podemos agregar que es muy fácil permitir que la indiferencia y la avaricia hagan de nosotros ladrones de oportunidades o asesinos de sueños; no es malo disfrutar de los bienes materiales que poseemos, lo inconveniente es permitir que ellos endurezcan nuestro corazón y nos hagan ciegos y sordos ante el clamor de los que sufren al lado nuestro, lo peor es que nos consolamos a menudo pensando que es responsabilidad de otros resolver esta situación.
El Reino de Dios consiste en amar, renunciar al pecado y compartir los dones, carismas, frutos y bienes recibidos de Él, por ello es muy significativo el gesto de Jesús y el mandato que da a sus discípulos: Denles ustedes mismos de comer, pues, el discípulo de ayer y de hoy debe comprometerse a colaborar, servir y compartir todo por el Reino; dicho mandato tiene muchas consecuencias en la vida de un cristiano: Saciar el hambre propia y ajena, trabajar por la dignidad de las personas y por la justicia social, invertir el tiempo y poner las cualidades al servicio de los demás. El llamado es para cada uno de nosotros, pequeñas acciones aquí y allá van a hacer posibles grandes transformaciones en la humanidad.