EL MANDAMIENTO MAYOR: EL AMOR. MATEO 22, 34-40.
Nuevamente vemos cómo los adversarios de Jesús pretenden ponerlo en jaque y desprestigiarlo por medio de preguntas difíciles y capciosas. Como en el Evangelio anterior, el interrogante que se le plantea a Jesús tiene como punto de partida la Ley y esta vez es un fariseo quien pregunta por el mandamiento mayor o principal.
En los tiempos de Jesús, la Ley de los judíos comprendía 613 normas, entre mandamientos y prohibiciones, de ahí que la gente resultaba agobiada y sedienta de sentido de orientación para la vida. Muchos se preguntaban si los mandamientos tenían la misma autoridad e importancia o si habría una jerarquía entre ellos.
Para esta pregunta había muchas respuestas, los mismos entendidos de la Ley se perdían en discusiones interminables y estériles, se dividían en escuelas, cada una defendiendo una solución y nunca llegaban a un acuerdo. La idea era hacer caer a Jesús y el fariseo esperaba que Jesús respondiera de forma equivocada, que ignorara algún tema importante de la Ley o que denigrara algunas normas, lo cual lo llevaría a ponerse en contra de Dios.
Sin embargo, Jesús responde sabiamente que el primero y más importante mandamiento y del cual se desprenden todos los demás es amar a Dios con todas nuestras fuerzas y las facultades que se mencionan en el texto son: el corazón, que es la dimensión volitiva del hombre, su querer, sus decisiones; el alma, que en el contexto bíblico es la fuerza vital del hombre y la mente, que es la dimensión intelectiva, nuestra capacidad de representar el mundo; o sea, que la entrega a Dios debe ser total.
Además, Jesús agrega que el segundo mandamiento es semejante al primero, amar al prójimo como a uno mismo; en otras palabras, el amor que tenemos por nosotros mismos es el parámetro del amor que debemos tener por nuestros hermanos. Debemos aclarar que el amor por nosotros mismos no consiste en fuertes sentimientos y emociones, sino en la aceptación del propio ser con todo lo que somos, lo que tenemos, lo que constituye nuestra personalidad, nuestras potencialidades y nuestras limitaciones, debilidades y fortalezas.
Al aceptarnos a nosotros mismos podemos aceptar también al prójimo en su singularidad, lo reconocemos en su existencia como un otro amado y creado por Dios. Por eso, el amor al prójimo es también un reconocimiento a la voluntad creadora de Dios y la relación con él un motivo de alabanza a Dios.
Jesús va más lejos al presentar a Dios y al prójimo como la raíz y la fuente de todo comportamiento ético. El amor a Dios y al prójimo es la norma suprema, el precepto perfecto que encierra toda la esencia del cristianismo y del cual se deriva todo lo demás; ser cristiano significa amar con entrega y generosidad. Te damos gracias Dios por permitirnos experimentar el amor como único camino que conduce a Ti.
Nuevamente vemos cómo los adversarios de Jesús pretenden ponerlo en jaque y desprestigiarlo por medio de preguntas difíciles y capciosas. Como en el Evangelio anterior, el interrogante que se le plantea a Jesús tiene como punto de partida la Ley y esta vez es un fariseo quien pregunta por el mandamiento mayor o principal.
En los tiempos de Jesús, la Ley de los judíos comprendía 613 normas, entre mandamientos y prohibiciones, de ahí que la gente resultaba agobiada y sedienta de sentido de orientación para la vida. Muchos se preguntaban si los mandamientos tenían la misma autoridad e importancia o si habría una jerarquía entre ellos.
Para esta pregunta había muchas respuestas, los mismos entendidos de la Ley se perdían en discusiones interminables y estériles, se dividían en escuelas, cada una defendiendo una solución y nunca llegaban a un acuerdo. La idea era hacer caer a Jesús y el fariseo esperaba que Jesús respondiera de forma equivocada, que ignorara algún tema importante de la Ley o que denigrara algunas normas, lo cual lo llevaría a ponerse en contra de Dios.
Sin embargo, Jesús responde sabiamente que el primero y más importante mandamiento y del cual se desprenden todos los demás es amar a Dios con todas nuestras fuerzas y las facultades que se mencionan en el texto son: el corazón, que es la dimensión volitiva del hombre, su querer, sus decisiones; el alma, que en el contexto bíblico es la fuerza vital del hombre y la mente, que es la dimensión intelectiva, nuestra capacidad de representar el mundo; o sea, que la entrega a Dios debe ser total.
Además, Jesús agrega que el segundo mandamiento es semejante al primero, amar al prójimo como a uno mismo; en otras palabras, el amor que tenemos por nosotros mismos es el parámetro del amor que debemos tener por nuestros hermanos. Debemos aclarar que el amor por nosotros mismos no consiste en fuertes sentimientos y emociones, sino en la aceptación del propio ser con todo lo que somos, lo que tenemos, lo que constituye nuestra personalidad, nuestras potencialidades y nuestras limitaciones, debilidades y fortalezas.
Al aceptarnos a nosotros mismos podemos aceptar también al prójimo en su singularidad, lo reconocemos en su existencia como un otro amado y creado por Dios. Por eso, el amor al prójimo es también un reconocimiento a la voluntad creadora de Dios y la relación con él un motivo de alabanza a Dios.
Jesús va más lejos al presentar a Dios y al prójimo como la raíz y la fuente de todo comportamiento ético. El amor a Dios y al prójimo es la norma suprema, el precepto perfecto que encierra toda la esencia del cristianismo y del cual se deriva todo lo demás; ser cristiano significa amar con entrega y generosidad. Te damos gracias Dios por permitirnos experimentar el amor como único camino que conduce a Ti.