¿QUIÉN DICE LA GENTE QUE ES EL HIJO DEL HOMBRE?
MATEO 16, 13-20
¿Quién es Jesús para mí, qué le respondo cuando me dirige esta pregunta tan esencial? En todo caso, la respuesta ha de ser vital y personal, no teórica ni objetiva, debe brotar de mi experiencia particular de amor con el Señor. Con esta pregunta, Jesús cuestiona toda mi vida, pensamientos, sentimientos, valores, planes, ideales, ocupaciones, actuaciones, conducta, familia y mi comunidad cristiana. La respuesta la tengo que dar yo mismo, interiorizando y encarándome con todo lo que llevo dentro mí.
En el Evangelio de este día Jesús hace un sondeo para conocer la opinión de la gente y de los discípulos sobre su persona y su misión. Las respuestas son variadas, la gente piensa que es un profeta y, tal vez, el mismo Juan Bautista que ha resucitado; pero no lo identifican como el Mesías, el enviado de Dios; lo siguen porque hace milagros y son beneficiados.
Cuando Jesús hace la misma pregunta a los propios discípulos, Pedro toma la palabra y dice que Él es el Mesías, el Hijo del Dios vivo. La respuesta de Pedro significa que reconoce en Jesús el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento y que en Jesús tenemos la revelación definitiva del Padre amoroso para nosotros. Pedro acierta movido por inspiración divina y por su fe auténtica, la cual lo ha llevado al amor a Jesús.
Jesús proclama a Pedro como bienaventurado porque ha recibido una revelación de parte del Padre, el discípulo es uno de los pequeños a los que el Padre se revela y es que la percepción de la presencia de Dios en Jesús no viene de la carne, no es fruto del mérito del esfuerzo humano, sino que es un don que Dios concede a quien quiere.
En consecuencia, Jesús le da a Pedro tres atribuciones: La de ser piedra de apoyo, la de recibir las llaves del Reino y la de ser fundamento de la Iglesia. 1) Ser Piedra de apoyo: Simón, el hijo de Jonás, recibe de Jesús un nombre nuevo que es Pedro, que quiere decir Piedra. Por tanto, debe ser fundamento seguro para la Iglesia a punto de ser atacada por el maligno, por las puertas del infierno, sin embargo, no la derrotará, prevalecerá.
En aquel tiempo, como en la actualidad, las comunidades tenían lazos afectivos muy fuertes con las personas que habían contribuido a su origen. Así, las comunidades de Siria y Palestina cultivaban sus lazos estrechos con la persona de Pedro; las comunidades de Grecia con la persona de Pablo; algunas comunidades de Asia Menor con la persona de Juan el discípulo Amado y otras con la persona de Juan el del Apocalipsis.
2) Recibir las llaves del Reino: Pedro recibe las llaves del reino para atar y desatar, o sea, para reconciliar las personas entre ellas y con Dios. Según las Escrituras, este mismo poder se da no sólo a Pedro, sino también a los otros discípulos y a las propias comunidades.
Uno de los puntos en el que más insiste el Evangelio de Mateo es en la reconciliación y el perdón. La reconciliación era y continúa siendo uno de los deberes más importantes de los coordinadores de las comunidades actuales. Imitando a Pedro, ellos deben atar y desatar, o sea, hacer todo lo posible para que se dé la reconciliación, el perdón, la aceptación mutua, el compartir, el servicio y la construcción de la verdadera fraternidad de amor.
3) Ser fundamento de la Iglesia: La palabra Iglesia viene del griego eklésia y significa convocada o elegida, o sea, es el pueblo que se reúne convocado por la palabra de Dios y trata de vivir el mensaje del Reino que Jesús viene a traernos. La Iglesia no es en sí el Reino, sino una parte de él, un instrumento y una indicación, pues, el Reino es más grande.
En la Iglesia se debe hacer notar por todos lo que sucede cuando un grupo humano se deja reinar o gobernar por Dios y deja que sea el Señor en su vida. La santidad de la Iglesia está, en primer lugar, en Cristo que es la Cabeza y, en segundo lugar, en los miembros santificados y consagrados por la comunión con Él. Es un error afirmar, como lo hacen algunos, que Jesucristo sí, pero Iglesia no, ya que Jesús confió a la Iglesia, santa y pecadora, los dones de su salvación.
Donde está la Iglesia está Jesús y a Jesús lo encontramos, sobre todo, en la celebración del misterio pascual (muerte y resurrección) en la Eucaristía y en los Sacramentos. La Iglesia es el lugar privilegiado donde encontramos a Jesús y la salvación, que Él ofrece diariamente al mundo.
Por su naturaleza y por su carácter, Pedro podía serlo todo, menos piedra; era valiente en el hablar, pero en el momento del peligro se dejaba dominar del miedo, dudaba y huía, como lo podemos observar a través de varios pasajes, así: Cuando al querer caminar sobre las aguas al igual que Jesús, duda y se empieza a hundir. Cuando pensaba en Jesús como un Mesías glorioso, pero Él mismo lo corrige y le dice que es necesario que el Mesías sufra y muera en Jerusalén, que, por tanto, se aparte y se ponga detrás de Él, que no sea piedra de tropiezo. Cuando en la última cena Pedro le dice a Jesús que no lo negará nunca, pero pocas horas después, lo negó tres veces, lo traicionó y cuando Jesús se encontraba en el Huerto de los Olivos, Pedro saca la espada, pero termina huyendo, dejando a Jesús solo.
Vemos cómo este Pedro tan débil y humano, tan semejante a nosotros, se convierte en piedra porque Jesús ruega por él, para que su fe no decaiga y para que, una vez seguro, ayude a confirmar a sus hermanos en la Iglesia. Después de su triple confesión de fe y amor, Jesús le confía el cuidado de sus ovejas, diciéndole que apaciente a sus ovejas.
Pedro se arma de valor y comenzó a anunciar la Buena Noticia de Jesús a la gente y no se cansaba de hacerlo, por ello fue llevado a la cárcel, arrestado, torturado y posteriormente, cuenta la tradición, que al final de su vida, en Roma, Pedro fue condenado a muerte de cruz y él pidió ser crucificado con la cabeza hacia abajo, porque creía que no era digno de morir como Jesús. Pedro fue fiel a sí mismo y a Dios hasta el final.
MATEO 16, 13-20
¿Quién es Jesús para mí, qué le respondo cuando me dirige esta pregunta tan esencial? En todo caso, la respuesta ha de ser vital y personal, no teórica ni objetiva, debe brotar de mi experiencia particular de amor con el Señor. Con esta pregunta, Jesús cuestiona toda mi vida, pensamientos, sentimientos, valores, planes, ideales, ocupaciones, actuaciones, conducta, familia y mi comunidad cristiana. La respuesta la tengo que dar yo mismo, interiorizando y encarándome con todo lo que llevo dentro mí.
En el Evangelio de este día Jesús hace un sondeo para conocer la opinión de la gente y de los discípulos sobre su persona y su misión. Las respuestas son variadas, la gente piensa que es un profeta y, tal vez, el mismo Juan Bautista que ha resucitado; pero no lo identifican como el Mesías, el enviado de Dios; lo siguen porque hace milagros y son beneficiados.
Cuando Jesús hace la misma pregunta a los propios discípulos, Pedro toma la palabra y dice que Él es el Mesías, el Hijo del Dios vivo. La respuesta de Pedro significa que reconoce en Jesús el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento y que en Jesús tenemos la revelación definitiva del Padre amoroso para nosotros. Pedro acierta movido por inspiración divina y por su fe auténtica, la cual lo ha llevado al amor a Jesús.
Jesús proclama a Pedro como bienaventurado porque ha recibido una revelación de parte del Padre, el discípulo es uno de los pequeños a los que el Padre se revela y es que la percepción de la presencia de Dios en Jesús no viene de la carne, no es fruto del mérito del esfuerzo humano, sino que es un don que Dios concede a quien quiere.
En consecuencia, Jesús le da a Pedro tres atribuciones: La de ser piedra de apoyo, la de recibir las llaves del Reino y la de ser fundamento de la Iglesia. 1) Ser Piedra de apoyo: Simón, el hijo de Jonás, recibe de Jesús un nombre nuevo que es Pedro, que quiere decir Piedra. Por tanto, debe ser fundamento seguro para la Iglesia a punto de ser atacada por el maligno, por las puertas del infierno, sin embargo, no la derrotará, prevalecerá.
En aquel tiempo, como en la actualidad, las comunidades tenían lazos afectivos muy fuertes con las personas que habían contribuido a su origen. Así, las comunidades de Siria y Palestina cultivaban sus lazos estrechos con la persona de Pedro; las comunidades de Grecia con la persona de Pablo; algunas comunidades de Asia Menor con la persona de Juan el discípulo Amado y otras con la persona de Juan el del Apocalipsis.
2) Recibir las llaves del Reino: Pedro recibe las llaves del reino para atar y desatar, o sea, para reconciliar las personas entre ellas y con Dios. Según las Escrituras, este mismo poder se da no sólo a Pedro, sino también a los otros discípulos y a las propias comunidades.
Uno de los puntos en el que más insiste el Evangelio de Mateo es en la reconciliación y el perdón. La reconciliación era y continúa siendo uno de los deberes más importantes de los coordinadores de las comunidades actuales. Imitando a Pedro, ellos deben atar y desatar, o sea, hacer todo lo posible para que se dé la reconciliación, el perdón, la aceptación mutua, el compartir, el servicio y la construcción de la verdadera fraternidad de amor.
3) Ser fundamento de la Iglesia: La palabra Iglesia viene del griego eklésia y significa convocada o elegida, o sea, es el pueblo que se reúne convocado por la palabra de Dios y trata de vivir el mensaje del Reino que Jesús viene a traernos. La Iglesia no es en sí el Reino, sino una parte de él, un instrumento y una indicación, pues, el Reino es más grande.
En la Iglesia se debe hacer notar por todos lo que sucede cuando un grupo humano se deja reinar o gobernar por Dios y deja que sea el Señor en su vida. La santidad de la Iglesia está, en primer lugar, en Cristo que es la Cabeza y, en segundo lugar, en los miembros santificados y consagrados por la comunión con Él. Es un error afirmar, como lo hacen algunos, que Jesucristo sí, pero Iglesia no, ya que Jesús confió a la Iglesia, santa y pecadora, los dones de su salvación.
Donde está la Iglesia está Jesús y a Jesús lo encontramos, sobre todo, en la celebración del misterio pascual (muerte y resurrección) en la Eucaristía y en los Sacramentos. La Iglesia es el lugar privilegiado donde encontramos a Jesús y la salvación, que Él ofrece diariamente al mundo.
Por su naturaleza y por su carácter, Pedro podía serlo todo, menos piedra; era valiente en el hablar, pero en el momento del peligro se dejaba dominar del miedo, dudaba y huía, como lo podemos observar a través de varios pasajes, así: Cuando al querer caminar sobre las aguas al igual que Jesús, duda y se empieza a hundir. Cuando pensaba en Jesús como un Mesías glorioso, pero Él mismo lo corrige y le dice que es necesario que el Mesías sufra y muera en Jerusalén, que, por tanto, se aparte y se ponga detrás de Él, que no sea piedra de tropiezo. Cuando en la última cena Pedro le dice a Jesús que no lo negará nunca, pero pocas horas después, lo negó tres veces, lo traicionó y cuando Jesús se encontraba en el Huerto de los Olivos, Pedro saca la espada, pero termina huyendo, dejando a Jesús solo.
Vemos cómo este Pedro tan débil y humano, tan semejante a nosotros, se convierte en piedra porque Jesús ruega por él, para que su fe no decaiga y para que, una vez seguro, ayude a confirmar a sus hermanos en la Iglesia. Después de su triple confesión de fe y amor, Jesús le confía el cuidado de sus ovejas, diciéndole que apaciente a sus ovejas.
Pedro se arma de valor y comenzó a anunciar la Buena Noticia de Jesús a la gente y no se cansaba de hacerlo, por ello fue llevado a la cárcel, arrestado, torturado y posteriormente, cuenta la tradición, que al final de su vida, en Roma, Pedro fue condenado a muerte de cruz y él pidió ser crucificado con la cabeza hacia abajo, porque creía que no era digno de morir como Jesús. Pedro fue fiel a sí mismo y a Dios hasta el final.