Domingo 31/08/2014.
Dios nos invita, a través de este Evangelio, a reconocer que todo tiene sentido en Él, en su Cruz y en su Palabra y que es necesario saber renunciar con humildad y confianza a la vida fácil, de placeres y de complacencia que nos ofrece el mundo en la actualidad, lo cual es difícil si nos sentimos solos, pero si creemos en Dios, todo es posible, pues, Él se ha quedado con nosotros en la Eucaristía para ayudarnos, consolarnos y fortificarnos para no desfallecer en nuestro camino de conversión y santificación.
Mediante este texto, Jesús comienza a explicar gradualmente a los doce discípulos lo que significa ser Mesías, es decir, el sufridor que entrará en la gloria de Dios a través de la cruz y lo hace en dos partes, en la primera, Jesús anuncia su muerte y resurrección y se muestra decidido a seguir voluntariamente el proyecto de salvación de Dios sobre Él, a pesar de la protesta de Pedro y, en la segunda parte, Jesús manifiesta la consecuencia que tiene sobre sus discípulos el reconocerlo como Mesías sufridor, ya que no se llega a ser discípulo sino pasando por el mismo camino de sacrificio en la cruz.
Por ello, ante las palabras persuasivas de Pedro, Jesús lo llamó aparte y se puso a reprenderlo diciéndole que se quitara de su vista, pues era Satanás, escándalo y piedra de tropiezo, porque sus pensamientos no eran los de Dios, sino los de los hombres; porque lo estaba tentando a dejar el camino de la obediencia a la voluntad del Padre, para seguir un camino más fácil. Jesús sabe bien que es difícil para los doce y para nosotros aceptar esta dura realidad y para animarnos nos da un anticipo de su resurrección en la experiencia de la Transfiguración, revelándonos que cuando muramos en gracia de Dios también resucitaremos transfigurados para gloria de Él y nuestra.
Cuando comprendemos bien el misterio de Jesús y la naturaleza de su misión, comprendemos también qué significa ser su discípulo, las dos cosas están íntimamente ligadas. Jesús mismo impone tres condiciones a aquéllos que queremos ser sus discípulos: negarnos a nosotros mismos, tomar la propia cruz y seguirlo; esto significa dejar el pecado, no ser egocentristas y seguir a Dios, sus mandamientos y su proyecto, o sea, el Reino; lo cual conlleva a la aceptación de adversidades, soportar las dificultades y disciplinarnos. Jesús mismo nos ha dejado el ejemplo de cómo obrar en tales situaciones: basta imitarlo. Él no comprometió su adhesión a Dios y a su Reino, permaneció fiel hasta dar la vida y, precisamente, fue de esta manera como llegó a la plenitud de la vida en la Resurrección.
Fortalécenos ¡oh Padre! con el don de tu Espíritu Santo para ser capaces de hacer tu voluntad y seguir a Jesús con valentía y fidelidad; para que nos haga ser sus imitadores y para hacer de ti y de tu Reino el punto central de nuestra vida. Danos la fuerza para renunciar al pecado y a las cosas del mundo, para que en todos nosotros surja gradualmente la verdadera vida, la que lleva a la vida eterna. Te lo pedimos por Cristo Nuestro Señor. Amén.
Dios nos invita, a través de este Evangelio, a reconocer que todo tiene sentido en Él, en su Cruz y en su Palabra y que es necesario saber renunciar con humildad y confianza a la vida fácil, de placeres y de complacencia que nos ofrece el mundo en la actualidad, lo cual es difícil si nos sentimos solos, pero si creemos en Dios, todo es posible, pues, Él se ha quedado con nosotros en la Eucaristía para ayudarnos, consolarnos y fortificarnos para no desfallecer en nuestro camino de conversión y santificación.
Mediante este texto, Jesús comienza a explicar gradualmente a los doce discípulos lo que significa ser Mesías, es decir, el sufridor que entrará en la gloria de Dios a través de la cruz y lo hace en dos partes, en la primera, Jesús anuncia su muerte y resurrección y se muestra decidido a seguir voluntariamente el proyecto de salvación de Dios sobre Él, a pesar de la protesta de Pedro y, en la segunda parte, Jesús manifiesta la consecuencia que tiene sobre sus discípulos el reconocerlo como Mesías sufridor, ya que no se llega a ser discípulo sino pasando por el mismo camino de sacrificio en la cruz.
Por ello, ante las palabras persuasivas de Pedro, Jesús lo llamó aparte y se puso a reprenderlo diciéndole que se quitara de su vista, pues era Satanás, escándalo y piedra de tropiezo, porque sus pensamientos no eran los de Dios, sino los de los hombres; porque lo estaba tentando a dejar el camino de la obediencia a la voluntad del Padre, para seguir un camino más fácil. Jesús sabe bien que es difícil para los doce y para nosotros aceptar esta dura realidad y para animarnos nos da un anticipo de su resurrección en la experiencia de la Transfiguración, revelándonos que cuando muramos en gracia de Dios también resucitaremos transfigurados para gloria de Él y nuestra.
Cuando comprendemos bien el misterio de Jesús y la naturaleza de su misión, comprendemos también qué significa ser su discípulo, las dos cosas están íntimamente ligadas. Jesús mismo impone tres condiciones a aquéllos que queremos ser sus discípulos: negarnos a nosotros mismos, tomar la propia cruz y seguirlo; esto significa dejar el pecado, no ser egocentristas y seguir a Dios, sus mandamientos y su proyecto, o sea, el Reino; lo cual conlleva a la aceptación de adversidades, soportar las dificultades y disciplinarnos. Jesús mismo nos ha dejado el ejemplo de cómo obrar en tales situaciones: basta imitarlo. Él no comprometió su adhesión a Dios y a su Reino, permaneció fiel hasta dar la vida y, precisamente, fue de esta manera como llegó a la plenitud de la vida en la Resurrección.
Fortalécenos ¡oh Padre! con el don de tu Espíritu Santo para ser capaces de hacer tu voluntad y seguir a Jesús con valentía y fidelidad; para que nos haga ser sus imitadores y para hacer de ti y de tu Reino el punto central de nuestra vida. Danos la fuerza para renunciar al pecado y a las cosas del mundo, para que en todos nosotros surja gradualmente la verdadera vida, la que lleva a la vida eterna. Te lo pedimos por Cristo Nuestro Señor. Amén.