Queridos hermanos en el Señor, estamos comenzando un nuevo año, un nuevo camino para alcanzar nuestros sueños y esperanzas y no dejamos de examinarnos y confrontarnos con lo vivido en el año anterior. Es allí donde algunas personas sienten tristezas y frustraciones porque no alcanzaron sus objetivos o ideales propuestos, por el contrario, hay otras que pudieron llevar a cabo satisfactoriamente sus aspiraciones en su gran mayoría.
Desde allí podemos cuestionarnos y hacernos las preguntas de ¿Cuántos de nuestros sueños tienen que ver con la vida espiritual y de fe? O, ¿Sólo son deseos por aspectos materiales y superficiales? ¿Son sueños egoístas, propios o son inspirados por Dios?
Estas preguntas podemos responderlas desde la perspectiva de ser hijos de Dios, a la luz de la Palabra del Señor, donde, desde el primer del día del año, nos está bendiciendo en el libro de Números, cuando Dios le dice a Moisés que bendiga al pueblo de Israel y con él a todos nosotros, con estas palabras: “El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor se fije en ti y te conceda la paz”.
Este texto nos recuerda que somos hijos de Dios, a través del sacramento del Bautismo y un padre siempre quiere lo mejor para sus hijos y como hijos y herederos de Él debemos pedir su guía, protección y bendición, para que todos nuestros propósitos tengan éxito, pero, lastimosamente, muchas vamos por el mundo caminando solos, sin encomendar a Él nuestra vida, día, metas, trabajo y familia, considerando que todo lo podemos lograr por nuestras capacidades.
Dios nos dio a su hijo Jesucristo por amor, para salvarnos y darnos la plenitud, pero si nos separamos no podemos dar frutos, Él es la vid y nosotros los sarmientos y sólo podemos vivir y dar frutos si permanecemos unidos a su tronco, que nos alimenta y fortalece con su savia, con su amor; solos no produciremos ni alcanzaremos nada, ni la más pequeña meta. Unidos a Él lograremos todo lo que nos proponemos, ya que la Palabra dice “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”.
Así las cosas, para fijar nuestras metas e ideales en este nuevo año y en los venideros, debemos centrarnos en la persona de Cristo, seguirlo a Él, parecernos más Él, llegar a la estatura de Él, que es amoroso y misericordioso; por ello, antes de hablar, de dar cualquier paso o emprender un camino, debemos preguntarnos: ¿Qué diría o haría Cristo en esta situación, cómo la resolvería, cuáles serían sus palabras, sus acciones?
Por ello, para todo creyente no debe haber otro propósito diferente que el de seguir a Cristo con todo el corazón toda el alma, hasta el punto de decir, como el apóstol Pablo “Ya no soy yo quien vive en mí, sino Cristo quien vive en mí”. Es decir, no debemos ser egocéntricos sino Cristocéntricos y para lograr este gran propósito debemos llevar a cabo unas tareas resumidas así:
Primero, profundizar en el conocimiento de Jesús, a través de la lectura orada y meditada de la Palabra de Dios, la cual fue inspirada por el Espíritu Santo y de diferentes documentos de la Iglesia, entre ellos el Catecismo de la Iglesia Católica, donde encontramos el resumen de los dogmas y verdades de la fe católica.
Segundo, hacer vida de oración, fortalecida con la contemplación, es decir, que la oración se vuelva un diálogo íntimo cara a cara con Dios y no un simple monólogo de peticiones por parte nuestra, sin dejarlo hablar a Él, sin escucharlo. De esta forma, la oración con escucha, nos abre al conocimiento de la Voluntad Divina en nuestras vidas, nos muestra lo que Él quiere que hagamos.
Tercero, es indispensable hacer vida sacramental firme, piadosa y constante, es decir debemos confesarnos y comulgar con regularidad para mantenernos limpios, sanos, libres y cerca del Señor Jesús; para que nuestros cuerpos sean templos del Espíritu Santo; para recibir abundante gracia de Dios para vencer todos los obstáculos y tentaciones y, además, para sufrir con paciencia y amor la cruz que Dios nos ha permitido llevar para acrisolarnos y purificarnos para nuestra propia salvación.
Finalmente, como cuarto punto para parecernos más a la persona de Cristo y seguirlo, está el compromiso con los demás, con los más necesitados, es decir, la misericordia. Debo ver el rostro de Cristo en mi hermano, no puedo pretender amarlo a Él que no lo veo y no amar al prójimo que veo. Estamos llamados a practicar generosamente la misericordia, las obras de caridad, tanto materiales como espirituales, ya que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, que es todo AMOR Y MISERICORDIA.
Desde allí podemos cuestionarnos y hacernos las preguntas de ¿Cuántos de nuestros sueños tienen que ver con la vida espiritual y de fe? O, ¿Sólo son deseos por aspectos materiales y superficiales? ¿Son sueños egoístas, propios o son inspirados por Dios?
Estas preguntas podemos responderlas desde la perspectiva de ser hijos de Dios, a la luz de la Palabra del Señor, donde, desde el primer del día del año, nos está bendiciendo en el libro de Números, cuando Dios le dice a Moisés que bendiga al pueblo de Israel y con él a todos nosotros, con estas palabras: “El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor se fije en ti y te conceda la paz”.
Este texto nos recuerda que somos hijos de Dios, a través del sacramento del Bautismo y un padre siempre quiere lo mejor para sus hijos y como hijos y herederos de Él debemos pedir su guía, protección y bendición, para que todos nuestros propósitos tengan éxito, pero, lastimosamente, muchas vamos por el mundo caminando solos, sin encomendar a Él nuestra vida, día, metas, trabajo y familia, considerando que todo lo podemos lograr por nuestras capacidades.
Dios nos dio a su hijo Jesucristo por amor, para salvarnos y darnos la plenitud, pero si nos separamos no podemos dar frutos, Él es la vid y nosotros los sarmientos y sólo podemos vivir y dar frutos si permanecemos unidos a su tronco, que nos alimenta y fortalece con su savia, con su amor; solos no produciremos ni alcanzaremos nada, ni la más pequeña meta. Unidos a Él lograremos todo lo que nos proponemos, ya que la Palabra dice “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”.
Así las cosas, para fijar nuestras metas e ideales en este nuevo año y en los venideros, debemos centrarnos en la persona de Cristo, seguirlo a Él, parecernos más Él, llegar a la estatura de Él, que es amoroso y misericordioso; por ello, antes de hablar, de dar cualquier paso o emprender un camino, debemos preguntarnos: ¿Qué diría o haría Cristo en esta situación, cómo la resolvería, cuáles serían sus palabras, sus acciones?
Por ello, para todo creyente no debe haber otro propósito diferente que el de seguir a Cristo con todo el corazón toda el alma, hasta el punto de decir, como el apóstol Pablo “Ya no soy yo quien vive en mí, sino Cristo quien vive en mí”. Es decir, no debemos ser egocéntricos sino Cristocéntricos y para lograr este gran propósito debemos llevar a cabo unas tareas resumidas así:
Primero, profundizar en el conocimiento de Jesús, a través de la lectura orada y meditada de la Palabra de Dios, la cual fue inspirada por el Espíritu Santo y de diferentes documentos de la Iglesia, entre ellos el Catecismo de la Iglesia Católica, donde encontramos el resumen de los dogmas y verdades de la fe católica.
Segundo, hacer vida de oración, fortalecida con la contemplación, es decir, que la oración se vuelva un diálogo íntimo cara a cara con Dios y no un simple monólogo de peticiones por parte nuestra, sin dejarlo hablar a Él, sin escucharlo. De esta forma, la oración con escucha, nos abre al conocimiento de la Voluntad Divina en nuestras vidas, nos muestra lo que Él quiere que hagamos.
Tercero, es indispensable hacer vida sacramental firme, piadosa y constante, es decir debemos confesarnos y comulgar con regularidad para mantenernos limpios, sanos, libres y cerca del Señor Jesús; para que nuestros cuerpos sean templos del Espíritu Santo; para recibir abundante gracia de Dios para vencer todos los obstáculos y tentaciones y, además, para sufrir con paciencia y amor la cruz que Dios nos ha permitido llevar para acrisolarnos y purificarnos para nuestra propia salvación.
Finalmente, como cuarto punto para parecernos más a la persona de Cristo y seguirlo, está el compromiso con los demás, con los más necesitados, es decir, la misericordia. Debo ver el rostro de Cristo en mi hermano, no puedo pretender amarlo a Él que no lo veo y no amar al prójimo que veo. Estamos llamados a practicar generosamente la misericordia, las obras de caridad, tanto materiales como espirituales, ya que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, que es todo AMOR Y MISERICORDIA.